La historia de Chiazza comenzó en el momento menos esperado. Corría el año 2001, y en medio de la crisis económica más dura del país, Carlos Grimaldi fue despedido de una reconocida empresa de chocolates. Como parte de su indemnización, la compañía le entregó unos moldes de bombones suizos. Esos moldes, junto a los ahorros de su esposa Graciela Rivero, que trabajaba como profesora de gimnasia, se convirtieron en la semilla de un emprendimiento que nació en el garaje de la casa de su suegra Rosa Cavallaro, en el barrio porteño de Barracas.
“Mi papá empezó con esos moldes y mi mamá, con su energía incansable, se puso al frente de la producción mientras él buscaba otro trabajo para mantenernos”, recuerda Catriel Grimaldi, uno de los tres hijos del matrimonio y hoy parte de la conducción de la empresa. “Al principio hacíamos bombones para vender a panaderías y almacenes. Los vecinos venían a tocar el timbre para comprar, y mi abuela era la primera en atenderlos con una sonrisa. Fue ella la que dijo: »Si no lo prueban, ¿cómo van a comprarlo?»”, cuenta entre risas.

Aquel espíritu emprendedor y familiar fue el motor que impulsó a Chiazza a crecer. En 2012, abrieron su primer local a la calle en la avenida Montes de Oca. Desde entonces, la marca no dejó de expandirse. Hoy cuenta con cinco locales propios y quince franquicias en distintos puntos del país, y acaba de firmar su sucursal número 20 en Villa Urquiza. “Trabajamos con una consultora que nos ayudó a profesionalizar el modelo de franquicias, y ahora proyectamos abrir 20 locales más el año próximo”, señala Catriel con entusiasmo.
El catálogo actual incluye más de 150 productos, entre bombones, tabletas, alfajores, frambuesas bañadas en chocolate —las famosas Chianbuesas—, nueces con dulce de leche (Chianuez), y bocaditos de pistacho y de chocolate Dubai. Todo se produce en la fábrica de Barracas, a solo seis cuadras del lugar donde empezó todo.

Pero detrás del éxito hay una historia de esfuerzo, sacrificio y profundo amor por el país. “Nunca pensamos en irnos de Argentina —asegura Catriel, con la voz entrecortada—. Somos muy patriotas. Pasamos muchas crisis, pero siempre seguimos adelante. Cada vez que firmamos una nueva franquicia, nos miramos con mis hermanos y decimos: ‘Teníamos un garaje… mirá ahora’”.

El legado de Graciela, Carlos y Rosa vive en cada bombón que sale de la fábrica. “Nuestra abuela nos enseñó que el chocolate se comparte, que primero se regala y después se vende. Por eso, en todos los locales, cuando entra alguien, se le ofrece un bombón para probar”, cuenta Catriel.

Así, con dulzura, perseverancia y trabajo familiar, Chiazza Chocolatería se convirtió en un símbolo de la Argentina posible: un país donde las historias de esfuerzo todavía pueden tener final feliz.
Entrevista de Fernando Genesir para Cadena 3