Silvia Garcilazo tiene 53 años, es entrerriana, abogada y tiene un nieto que le dice “Baba”. Cuando se separó después de 28 años, estudió psicología, descubrió OnlyFans por sus compañeras de curso y abrió su cuenta para un proyecto de la facultad. Asegura que es monógama, nada promiscua, y que el algoritmo le devuelve que sus seguidores tienen entre 25 y 35 años: “Soy la madre deseada”.
Silvia Garcilazo tiene 53 años y le encanta que su nieto le diga abuela, aunque en rigor, la llama “Baba”. Además es abogada, especialista en derecho tributario. En su mano izquierda se tatuó un nombre: Dakini. “Es la figura del tarot que simboliza la realización del ser, es una bailarina del universo. Me representa, es mi forma de fluir y enfrentar la vida”, explica. Pero en su caso significa algo más: es el nombre (con el agregado de “.S”) de su cuenta en OnlyFans. Allí colgó, desde 2021, un centenar de videos y alrededor de 500 fotografías suyas, donde posa y actúa algo (bastante) más que desnuda. Mal no le va: jura que está en el top ten de visitas a nivel mundial del sitio erótico. Y manda una captura con la estadística.
Silvia nació en Paraná, Entre Ríos, donde vivió hasta hace ocho años, cuando se mudó 116 kilómetros al norte, hacia la localidad de Victoria. Su mamá era contadora y su papá empleado de la AFIP. “Los dos trabajaban, y eso marcó mi infancia”, cuenta. Estudió en el Instituto Cristo Redentor, un colegio católico en el que nunca se sintió parte. “Siempre fui rebelde. Me negaba a aceptar la religión porque nunca la entendí. Cuestionaba todo, y eso me hizo diferente”, confiesa. Para relajar, se metía en un gimnasio: “Hacía fierros, a los 19 años estaba toda marcada”.
Cuando tenía 20 se marchó a Buenos Aires para cursar el CBC de psicología. En el verano regresó a Paraná y quedó embarazada. “Fue con mi novio formal, Pero cuando se enteró, pobre, puso pies en polvorosa, porque él era tan chico como yo”, entiende.
A sus 21 años nació su único hijo, que hoy tienen 32. La maternidad temprana la obligó a cambiar sus planes. “Tuve que madurar de golpe y ponerme a laburar y estudiar cerca de casa”. Se inscribió en la Universidad Nacional del Litoral, pero en abogacía (“lo que más me cerraba”, dice) y mientras estudiaba, trabajaba en la AFIP. “Cuando me recibí, en el 2000, dejé la AFIP, pero siempre seguí vinculada al trabajo tributario. Mi carrera como abogada estuvo enfocada en ese campo, es algo que manejo con naturalidad”, dice.
Al poco tiempo de tener a su hijo, se puso en pareja. “Empecé a salir con un hombre de Paraná, 11 años mayor que yo. Estuvimos juntos durante 28 años”, indica. Se separó hace cuatro años, pero el recuerdo que tiene de él es grato: “Era maestro de kung fu, de artes marciales, un hombre con un temple especial. Me enseñó mucho sobre budismo y filosofía de vida. Era una figura fuerte, casi paternal. Nos construimos desde abajo, compramos cosas, levantamos una vida juntos. Fue mi socio de vida”. Y añade: “Si bien me enojé con él cuando nos separamos por cuestiones íntimas, digamos, reconozco que soy quien soy gracias a esos años. Después, también tuve que aprender a encontrarme a mí misma”.
El cambio interior
Ese proceso de descubrimiento personal empezó en 2014, cuando decidió buscar ayuda profesional. “Fue algo que comencé desde antes de separarme, porque esos procesos siempre vienen de antes. En el 2014 empecé terapia psicoanalítica. Sentí que lo necesitaba porque si no iba a matar a alguien (ríe). Ahí supe que tenía que hacer algo. La terapia me mostró un espejo. Para mí, los culpables de todas mis tragedias eran los de afuera, todos tenían que ver con mi dolor. Hasta que me di cuenta de que yo era quien lo creaba”, señala.
Silvia admite que, en ese tiempo, se sentía vacía. “Cualquier cosa me partía el alma. Veía un perro en la calle y me quedaba mal todo el día. Miraba una película de terror y me daba miedo. Estaba muy sensible y vulnerable”, recuerda. Pero en medio de esa soledad, encontró un refugio: “La imaginación siempre me salvó. Cuando era chica y mis padres trabajaban, pasaba mucho tiempo sola, y la mente era mi escape”.
En ese mismo año, una amiga con quién había hecho “trabajos brujeriles” —subraya entre risas—, la introdujo en el mundo esotérico. “Hacíamos meditaciones guiadas, trabajábamos siempre desde la luz, con ángeles y símbolos, y empecé a estudiar tarot. Hoy puedo decir que soy tarotista, además”, indica. La incursión en los masajes metamórficos fue otra revelación importante: “Esa amiga me explicó que eran nueve masajes que ayudaban a sanar el momento de la concepción. Me preguntó si me los dejaba hacer, para que ella practicara y le di el ok. Pensé que serían masajes relajantes, pero no. Había música, aromas, y ella me tocaba suavemente las manos o la cabeza. Me llevaron a un trance, y fue tremendo”, explica.
Durante ese tiempo, Silvia escribía todo lo que le sucedía en un diario. “Lo que contaba en terapia después lo anotaba en mi casa. Eso se convirtió en un registro que recopilé durante la pandemia. Y en 2021, publiqué un libro: ‘Metta, Terapias contadas por pacientes’. Allí hablo sobre el viaje holístico entre la terapia psicoanalítica y lo esotérico. Hice 200 copias, como un regalo para mí. Y al poco tiempo la editorial, Dunken, me llamó para hacer más porque lo pedían de las librerías”, explica. La obra la llevó a estar presente en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires en 2022 y 2023. “Ver mi libro en el stand fue surrealista. Yo no era mediática, nadie me conocía, pero ahí estaba”, dice con orgullo.
Inquieta, casi al mismo tiempo que la terapia, la pintura llegó a su vida. “En 2014 empecé un taller y nunca dejé de pintar. Inventé un personaje, el ‘Hombre Vaca’, que es mi representación de la dualidad femenina y masculina. Es una figura que usé para expresar emociones: la ira, el vacío, la depresión, la alegría. Escuché una vez a Picasso decir que el arte es dejar que la supraconciencia se exprese, y eso me inspiró”, cuenta. Creó una serie basada en los 22 arcanos del tarot, uniendo su amor por lo esotérico con su arte. “Pinté más de 100 cuadros, y cada capítulo de mi libro está ilustrado con una de mis obras”, dice.
La mudanza a Victoria también influyó en sus cambios. “En 2015, después de un robo en mi oficina de Paraná, me harté de la inseguridad y decidí venir a Victoria. Mis padres eran oriundos de allí y mi hermano vivió toda su vida. Era un lugar familiar, tranquilo. Me vine a vivir a un country, que debe ser el lugar más pacífico del mundo”, asegura.
Llegó el 2020 y con él, la pandemia. Silvia se sentía atrapada y recordó su primera vocación: la psicología. Aquello fue otro punto de inflexión. Y sirvió para que Silvia desarrollara, luego, su actividad erótica en las redes. Decidió retomar sus estudios de psicología en forma online. “Cuando se acabó la pandemia, las clases pasaron a ser presenciales, ya estaba en tercer año y me fui a estudiar a Rosario. Cruzaba el puente desde Victoria y estaba allá de jueves a sábados por la mañana. Vivía una vida de estudiante con chicas de 20 años, que andaban con la fantasía del dinero rápido y fácil y me hablaban del boom de OnlyFans. Yo pensé ‘no me las voy a poner en contra’, entonces empecé a preguntarles cómo era, si se podía poner peligroso. Y como cursaba Metodología de la Investigación Científica, decidí hacer un estudio sobre eso”, dice.
La explosión
Lo que despuntó como una curiosidad académica desembocó en lo impensado: “Les dije a las chicas: ‘Vamos a hacer algo, pero bien. Y lo voy a hacer yo’. No tenía nada que perder. Ya tengo una carrera, soy abuela, pensé. Todo lo que llegara luego era ganancia”, afirma convencida.
Silvia, a pesar de su decisión de exponer el cuerpo, es tajante: “Nunca me registré como una mujer hermosa, como me dicen ahora. Me vi siempre como una mina común y corriente. Sin grandes complejos, pero sin creerme nada especial. Sí, de más grande, me volví a preocupar por mi cuerpo, pero por necesitar tener movilidad, estructura, para atarme los cordones (ríe). Hice pilates, yoga, y ahora calistenia. Y el cuerpo tiene memoria, como la piel, porque adelgacé unos kilos y me saltó el lomo”.
Así preparada, se lanzó con el paracaídas de un grupo de amigas que la sostuvieron. “Éramos cinco: había psicólogas, artistas, y armamos un proyecto de cine porno. Nos matábamos de risa al principio, pero lo tomamos en serio. Hicimos más de 100 videos, y cada uno fue diferente”, relata.
La decisión de estar ella frente a la cámara fue un paso audaz. “Tenía que ser yo, para hacer un experimento completo. Mis amigas me apoyaron y lo hicimos en mi casa”, cuenta. Pero además, se lo tomó con un profesionalismo total. “Yo les decía, ¿hasta dónde puedo mostrar? ¿Qué hacés para esto perdure y de ganas de ver más? Porque yo me podía masturbar en cámara, pero ¿de cuántas maneras diferentes? Y ahí estaba el arte. Les propuse hacer arte erótico, porno”.
Y aunque Silvia nunca había estado desnuda frente a una cámara, su relación con la pornografía siempre fue relajada. “De adolescente, veía videos porno con una amiga, mientras comíamos pollo. Nos matábamos de risa. Después, en mi casa siempre estuvieron los canales Venus y Playboy. Mi pareja lo ponía para dormir, no para tener sexo. Pero nunca fue un tema tabú. Siempre lo tuve naturalizado, así que no me costó mucho empezar”, dice.
El tema central de su proyecto y su canal de OnlyFans es la masturbación femenina. “¡Soy la reina de la pa…! (ríe) Quise mostrarlo de manera natural porque aún es tabú. Muchas mujeres me siguen, aunque son pocas las que lo admiten. En mi Instagram, solo el 3% de mis seguidores son mujeres, pero sé que están ahí, observando, curiosas”, dice.
Sus amigas fueron sus productoras. “Íbamos a cotillones, comprábamos disfraces y creábamos sketches. Pero llegó un momento en que tuvimos que ponernos más picantes. Hicimos cine porno artístico, pero siempre estuve sola en los videos. Nunca me mezclé con mis seguidores. Soy monógama, anti promiscuidad. Me gusta el sexo seguro y las reglas claras”, asegura. Silvia también incursionó en el sexting, cobrando por conversaciones hot. “Entre todas respondíamos a los mensajes. No iba a hacer todo sola”, aclara entre risas. La experiencia le sirvió para conocer más lo que piensan los hombres. Y su observación es contundente: “Tienen un problema enorme con el tamaño del pene. Grandes o chicos, la inseguridad está ahí”.
La primera vez que alguien compró un video suyo en OnlyFans fue memorable. “Grabamos un video con transparencias, tipo canal Venus. Cuando vendí el primero, salté de emoción”, recuerda entre risas.
Con el paso del tiempo y el éxito (lo único que no quiere revelar es cuánto recauda por mes en el sitio), el algoritmo le reveló algo curioso. “Mis seguidores son en su mayoría chicos jóvenes de entre 25 y 35 años. Yo soy la MILF, la madre deseada. Es un personaje, y lo asumo”, explica. En OnlyFans tiene 8 mil seguidores, mientras que en su página de Instagram, silvia.garcilazo, más de 96.300. “El algoritmo dice que me ven más de un millón de personas al mes. Es un impacto social que nunca esperé”, comenta. OnlyFans le trajo notoriedad. “Estoy en el top ten a nivel mundial. Jamás lo imaginé tampoco”, confiesa.
Pero la exposición tiene un precio. “Algunos videos se filtraron. Como abogada sé que una vez que algo está en la web, se pierde el control. Pero tengo la cintura para defenderme y decir ‘che, esto también es libertad’. Dentro de las reglas, que cada uno haga lo que más le guste”.
Silvia recuerda con claridad el momento en que todo “explotó” y se volvió público. “Fue en abril de 2022. De repente, los mensajes y las llamadas no paraban. Sabía que, al meterme en esto, iba a haber repercusiones, pero una cosa es saberlo y otra es vivirlo”, comenta. “Al principio, tuve haters y bullying, sobre todo en Victoria, que es un lugar más chico y conservador. Pero los enfrenté. Hoy para ellos soy Marilyn Monroe. Bloqueo a quienes me molestan y me concentro en lo que quiero hacer. Sabía que me iban a decir cosas como ‘vieja trola’. Me preparé para eso. No me afecta porque tengo argumentos, estudié psicología. Pero una chica que se mete en esto sin saber las consecuencias puede terminar destruida. La exposición es un monstruo que te arruina si no sabes manejarlo”. Por eso, advierte, “no le recomendaría OnlyFans a las chicas jóvenes. Como abogada he visto cosas horribles, gente que no soporta la presión y termina con un tiro en la cabeza. Esto no es un juego, hay que estar muy segura para enfrentarlo”.
Por el contrario, para ella la gente de su edad, más plantada por su experiencia, no debería tener ningún prurito, si lo desea, de participar: “Primero, para que recuerden que están vivos. A partir de los 50 parece que nos olvidamos de nosotros mismos, se dejan de lado los deseos propios. Yo elegí ser libre sin dañar a nadie”.
Por Hugo Martin / Infobae