27 de julio de 2024

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Juegan en la Bombonera: Boca-River paralizan el país en un nuevo superclásico

Es el partido que se aguarda generalmente dos veces por año, pero en los extraños tiempos de la pandemia, sumados a los experimentos domésticos, ya habrá dos superclásicos en menos de dos meses y medio de 2021. Bienvenido a la función: no hubo ni un Boca vs. River en 2020, luego de la final más impactante de la historia (2018) y el choque de la semifinal de Copa Libertadores de una temporada después, con la banda roja como repetido ganador en el plano internacional.

En casa, en nuestro país, otro es el asunto: más allá de que el equipo azul y oro no le gana directamente, repite la vuelta olímpica con la complicidad de su viejo camarada del otro lado del mostrador. Ocurrió en la Superliga en la última función; ocurrió en la Copa Diego Maradona.

El último cruce: adrenalina pura

En este último caso, el superclásico jugado el 2 de enero, cuando el almanaque apenas se desperezaba, fue determinante hacia la gloria. El 2 a 2 –eléctrico, cambiante– tuvo el sabor del triunfo para el conjunto xeneize, que selló la igualdad con un tanto de Sebastián Villa a cuatro minutos del final. La película tuvo de todo: cuatro goles, dos expulsiones, ganaba Boca, lo dio vuelta River. En al ambiente quedó la sensación de que “ganó Boca”. Y así fue: alcanzó la final, superó a Banfield por penales y se consagró, mientras River quedó mareado y hasta perdió contra Independiente, lejos de la definición.

El súper de este domingo a las 18, otra vez en la Bombonera, por la 5ª fecha de la Copa de la Liga Profesional, tiene una importancia aun mayor. Por un lado, la evidencia: estos partidos dejan huella, con pechos inflados y heridas, más allá de la estadística, de que el marcador quede en tablas.

Hoy, ahora mismo, este encuentro es aun más relevante porque no sólo va a posicionar a uno rumbo a la hipótesis de un futuro local próspero: no hay distracciones en el medio, como la Copa Libertadores que disputaban a principios de año. Esos días de enero se jugaban otras cosas en medio, con la sensación de que volverían a encontrarse en la definición subcontinental. No fue así. Y más allá de que frente a rivales brasileños River rozó la hazaña y Boca exhibió su peor versión, fue el gigante de la Ribera el primer ganador del año, en el plano local. Su colega del Monumental, días atrás, se abrazó a la Supercopa Argentina. Compiten en estrellas, en números, en grandeza. En todo.

El último entrenamiento xeneize, con Tevez activo a pesar de un tobillo hinchado.

La hipótesis de otro súper, por los octavos de final de la Copa Argentina, también mueve la estantería. Pero no hay que viajar al espacio: el tiempo es hoy. Uno y otro no sólo se juegan el prestigio: el cruce representa otro examen para los entrenadores. Marcelo Gallardo tiene espalda como para soportar un traspié, pero no se engaña: un 2-2 en la Copa Diego Maradona, un 0-0 en la Superliga y una derrota por 1 a 0 en la semifinal de la Copa grande son sus últimas funciones. El Muñeco vive los encuentros con la misma intensidad que en la Libertadores: a todo o nada. Por eso, dispondrá el regreso de Jonatan Maidana, un viejo caudillo, ducho en velocidad, casi impasable en el mano a mano. Y una incógnita: ¿Leonardo Ponzio puede ser titular?

Choque de manos y de planetas: Marcelo Gallardo y Miguel Russo

La prueba mayor es para Miguel Russo, porque en la vorágine en la que vive el fútbol argentino no alcanza que haya sido esencial para las dos últimas vueltas olímpicas, y ni siquiera que haya sido responsable del baile de Boca en Liniers. La Copa y River representan una tortura, que él maneja con la sencillez habitual, aunque el equipo millonario es una cuenta pendiente personal y Boca, en su casa y por torneos domésticos, no gana el superclásico desde un 2 a 0 del campeonato 2015. Russo se juega más cartas que Gallardo, evidentemente, porque la inestabilidad interna le provoca cierta incomodidad. Como la posible ausencia de Edwin Cardona, por una sobrecarga muscular. En un costado meses atrás, hoy el colombiano es la llave del gol. Una certeza: Marcos Rojo fue citado por primera vez.

El esguince de tobillo de Tevez, al parecer, es menos traumático. Un clásico sin Apache ni Enzo Pérez, del otro lado, sería una contraindicación. Carlitos es el gran símbolo: a los 37, con el dolor personal sobre su lomo, juega para las nuevas generaciones. Su espíritu es una clase a cielo abierto para los chicos que toman el fútbol como una profesión. Voraz por seguir ganando, nada mejor que verlo jugar. Cuando se ríe, cuando se enoja, cuando marca el camino.

Van a jugar los mejores, no hay lugar para la especulación y, mucho menos, para guardar algunas piezas, porque días más tarde no habrá competencia decisiva de un torneo internacional. No hay nada más. Tevez, Sebastián Villa, Matías Suárez, Rafael Borré, los mejores arqueros de nuestro medio, el templo del fútbol argentino, el aura de Gallardo, tal vez Cardona, seguro Nicolás De la Cruz... La mesa está servida, pero siempre es bueno analizar este tipo de desafíos con el corazón caliente. De nada sirve un buen pizarrón, ni una gambeta desafiante, si el pecho no late como debe hacerlo.

Lo explica Gallardo. Sirve para los dos conjuntos. “Hay mucho conocimiento entre los equipos y los pequeños detalles a veces suelen marcar una diferencia. Siempre en estos partidos clásicos también juega la parte emocional y los futbolistas que suelen destacarse tienen que tener ese ingenio para salirse de lo que genera un partido como éste. El que esté más tranquilo va a terminar imponiéndose. Hay mucho emocional, más allá del conocimiento”, entiende.

Jugar con el corazón en un estadio desoladoramente vacío, por una pandemia que nos arranca lo mejor que tenemos. La pasión estará sólo sobre el campo de juego. Allí se definirá algo más que tres puntos. Posiblemente, por la noche haya un candidato confiable, un ganador que traspasase el tiempo y dispuesto a calzarse, en un futuro cercano, una nueva estrella.