8 de julio de 2024

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Análisis de Alejandro Colussi: “Todos somos drogadictos”

Escribo esto y me tensiono, he sido estigmatizado por ser un paciente psiquiátrico y tener mis adicciones. La sociedad a través del Estado insiste en desentenderse de una cuestión que debería ser su prioridad, la salud mental y sus consecuencias en las adicciones.

Drogadictos, faloperos, drogones, borrachos, gordos, jugadores compulsivos y podría seguir. Es ponerle una “marca” cómo hacían con los leprosos hace 200 años indicando o marcando sus casas.

También se ha estigmatizado la atención psiquiátrica: “¿Che así que vas al loquero?” o “por qué le tengo que contar a una desconocida mis problemas?” o esa especie de cobardía subyacente a los que buscan ayuda: “Si uno quiere, puede solo”.

Hasta una mirada egoísta y deshumanizada nos habla de la necesidad de “atacar las problemáticas del consumo como una enfermedad y no como un delito”. Sin consumidores no hay necesidad de robar y matar dado que no todos pueden solventar su adicción.

Sin el Estado presente y ante la desesperación (que conlleva inclusive riesgo de vida para sus familiares) aparecen los chantas que lucran con “la recuperación”.

Escuché testimonios de familiares que “ante no poder hacer nada prefiero que lo metan preso”. No hay peor pesadilla que tener un familiar adicto, no hay peor pesadilla que ser un adicto.

Posamos la mirada sobre este flagelo como hace 200 años, gastamos, desde cada gobierno una importante suma de dinero por un preso por día que no se invierte en un hospital de rehabilitación gratuito, hacemos una ley de Salud Mental de avanzada, pero sin un peso de presupuesto y entonces, el remedio se transforma peor que la enfermedad.

En este país se muere más gente por el tabaco y sus consecuencias, por el alcoholismo y sus consecuencias que por sobredosis. Sin embargo, las dos primeras “drogas” enumeradas son de venta libre.

Y hablo de esto en primera persona.

La primera vez que fui a un psiquiatra tenía 25 años, no existían todavía en Santa Fe esos diagnósticos, eran “summernage”, crisis nerviosa, o colapso nervioso, por eso hasta los años 80 hasta te podían hacer electro shock. El medicamento que se recetaba como chiche era el famoso Lexotanil, tiempo después se descubrió que dicho medicamento (que tuve que tomar) te agravaba la inducción al suicidio.

A mí me salvaron unos médicos cubanos que estaban de visita por la UNL. Ni puta idea de por qué, pero me tocó hacerles una nota y en plena entrevista tuve un ataque de pánico, uno de ellos se dio cuenta y ahí en aquel 1996 descubrí el Clonazepam.

Pase por Lexotanil, Zoloft, Prozac, Fluoxetina, Venlafax y Litio. Pero siempre una constante: nadie entendía una mierda lo que es tener y sufrir una enfermedad mental y nadie sabe lo real, lo que es sentirse morir (pese a que en tu mente te decís que es una enfermedad) o como explicar esos cambios de ánimo abruptos en el mismo día, enfermedad que te deja solo, aislado y agresivo con tus seres queridos.

Te juro he padecido (como todo hipocondríaco) muy convencido diferentes tipo de cáncer, ataques cardíacos, fallas de órganos vitales, varias veces por una posición se me dormía una mano y yo ya creía que era un ACV, un día me di cuenta de una vieja mancha pecosa en la piel (la tenía desde chico) pero….para mi era SIDA y me hice todo tipo de análisis.

Parecía tan extrovertido en la radio pero en realidad era tímido, introvertido, me molesta/ba la gente, últimamente me dijeron algo del síndrome de Asperger pero no, amo estar encerrado, pero si exalto... me llevo el mundo por delante.

Esta enfermedad te conlleva a que sea imposible cualquier relación a corto, mediano o largo plazo, somos maravillosos por momentos e hijos de puta/violentos a los 30 segundos, así me ha pasado con mis hermanos, con mis parejas y con mis hijos.

Me dirás por qué ocultaste esto habiendo contado tanto de vos mismo. Porque una vez hice un informe para la tele, en una escuela de calle Ituzaingó en Candioti Sur (creo que Mariano Moreno) adónde los viernes a la noche había un grupo de apoyo para enfermos bipolares y sus historias me espantaron, madres que a la mañana le hacían desayunos a sus hijos y cuando ellos volvían de la escuela la encontraban con las venas cortadas en la bañera o totalmente borracha y violenta (por poner unos ejemplos).

La enfermedad también te potencia la mentira, el ocultamiento, la doble vida, algunos no llegamos a auto lastimarnos físicamente pero sí en forma de adicciones y otras (mejor no hablar de ciertas cosas) encima cuándo te estabilizas con un medicamento lo dejas crees lo que te dicen que “esta en tu cabeza y vos podes dominarla”, las pelotas dominar el cerebro o la mente, ELLA ES LA PUTA AMA de nuestra vida y enfermedad.

La primera vez que tuve conciencia que me podía pasar eso fue mirando “Hombre mirando al Sudeste” o la impresentable con Richard Gere: “Mrs Jones”. Lo cierto es que es terrible, te haces y haces daño y cuando te estabilizas ya no hay forma de pedirte ni pedir perdón a los demás.

La bipolaridad es un trastorno mental que se caracteriza por cambios extremos en el estado de ánimo: los períodos de tristeza y depresión, se intercalan con los de excitación y manía, y también con lapsos de estado de ánimo normal. De esta manera, al encierro y la falta de interés en el mundo, le suceden la euforia, la intensidad y la irritabilidad. Y se relevan, en la mayoría de los casos, de manera repentina. Los cambios en el estado de ánimo y el comportamiento provocan un gran sufrimiento en el paciente, así como también en la familia que lo rodea.

Aunque, como toda enfermedad psiquiátrica se presente en el espacio público como marginal, según la Organización Mundial de la Salud, afecta a 45 millones de personas en todo el planeta, el equivalente a la población total de Argentina. Edgar Allan Poe, Vincent Van Gogh y Edvard Munch, entre las personalidades más célebres que, a lo largo de la historia, parecen haberla padecido. Emmanuel Carrère, el best seller francés, que hoy utiliza la escritura como medio para narrar el trastorno que sufre.

Si bien se desconocen las causas que desencadenan el trastorno, se consideran dos aspectos. Uno biológico: aunque falta el respaldo de evidencia científica robusta, algunos trabajos han sugerido una relación entre la bipolaridad y modificaciones físicas en el cerebro. Uno genético: su emergencia es más frecuente en individuos que tienen un familiar cercano (padres, madres, hermanos/as) con dicha enfermedad. Asimismo, existen dos tipos de bipolares: el 1, que experimenta un episodio de ánimo elevado seguido de depresión; y el 2, que experimenta varios episodios depresivos seguidos de uno maníaco más leve (hipomanía). La dificultad para el diagnóstico radica en que las personas con el trastorno no suelen advertir la manera en que dicha inestabilidad emocional transforma sus vidas.

La manía y la depresión

La manía, que se caracteriza por la combinación de períodos de desmesurada energía, optimismo, nerviosismo y sensación exagerada de bienestar, provoca problemas y dificulta las relaciones laborales y afectivas. El paciente, durante este lapso, suele tener comportamientos extraños vinculados a las compras compulsivas y tiende a tomar malas decisiones sexuales. Incluso, la generación de alucinaciones puede conducir a una desconexión con el contexto y, en última instancia, requerir de hospitalización.

La psicóloga y profesora de psiquiatría en la Johns Hopkins University en Estados Unidos, Kay Jamison, en su libro “Una mente inquieta” (Tusquets, 1995), relata cómo la manía constituye un estado de una plenitud, beatitud y un sentimiento de poder que, en sí mismo, es muy adictivo. Sin embargo, al mismo tiempo es muy destructivo, en la medida en que se pierde la inhibición, los filtros y el registro del contacto con la realidad. “Las personas suelen tener ideas delirantes, megalómanas, de sentirse alguien especial, designado por Dios, un profeta”, explica el psiquiatra Federico Pavlovsky.

La depresión, cuyos rasgos son la tristeza, la desesperanza, el sentimiento de inutilidad y hasta el desarrollo de ideas suicidas, también obstaculiza las relaciones con sus seres queridos y demás conocidos. El individuo se encierra en sí mismo, evita el contacto y pierde el interés en todas las actividades. Incluso se despega de aquellas que hasta hace un momento le producían satisfacción. “La fase depresiva se caracteriza por una gran intensidad y dolor. Si bien el trastorno bipolar comienza con manías, luego culmina teniendo más depresiones que manías; se constituye en un estado de melancolía, angustia y desesperanza”, dice Pavlovsky. Según se estima en la literatura médica, el trastorno se asocia con un índice de suicidio del orden del 15 por ciento, un valor 30 veces superior en comparación con lo observado en la población general.

Si bien el trastorno bipolar es una condición que acompaña al paciente durante toda la vida, existen tratamientos en base a medicamentos (estabilizadores de estado de ánimo) que, combinados a la asistencia psicológica, producen buenos resultados. Desde aquí, apunta Pavlovsky: “La psicofarmacología ha ayudado mucho a mejorar la calidad de vida de muchos pacientes. El litio es un fármaco que se empleaba a mediados del siglo XX y se sigue usando con éxito”. La comunicación fluida de los profesionales de la salud con los pacientes y con sus familiares es decisiva. De hecho, aquellas personas que reciben contención profesional y afectiva pueden sortear de manera más adecuada los problemas.

Famosos y tabú

“El médico griego Areteo de Capadocia, en el siglo II, ya hablaba de variaciones muy notables de estado de ánimo en algunos pacientes. Más acá en el tiempo, hace unas décadas, se comenzó a hablar de trastorno bipolar”, relata Pavlovsky. Desde Edgar Allan Poe y Vincent Van Gohg, pasando por el filósofo Friedrich Nietzsche, hasta el pintor Edvard Munch y la prolífica autora Virginia Woolf, afrontaron dicho trastorno que, en el presente, afecta al dos por ciento de la población.

En la actualidad, uno de los más famosos es el escritor y periodista best-seller Emmanuel Carrère que, en su libro Yoga (Anagrama, 2021), narra cómo fue el momento en que recibió el diagnóstico. “Al principio te sublevas, yo me sublevé diciendo que el trastorno bipolar es uno de esos conceptos que de pronto se ponen de moda y que se aplican a todo y a cualquier cosa”. Y continúa con la descripción de su experiencia: “Luego adviertes que encaja perfectamente. Que toda tu vida has estado sujeto a esa alternancia de fases de excitación y de depresión que por supuesto nos acaecen a todos”. Fases de alternancia que caracterizan a todos, pero en que en las personas bipolares “esos altos son más altos y los bajos son más bajos que la media”. Los cambios de ciclo se vuelven mucho más marcados. Rotundos.

Pero, como decía al principio, estigmatizamos, tiramos la basura bajo una alfombra o descartamos a nuestros seres queridos en un depósito adónde pasan como las del “Teto Medina”.

Y nos olvidamos que drogadictos es una adicción a las drogas, cómo la morfina a los enfermos de cáncer, como el cannabis para nuestros padres, abuelos e hijos que tienen dolor crónico y convulsiones, cómo la insulina o pastillas para colesterol o presión, son drogas y punto.

Y cuándo entendamos esto, que alrededor de un “drogadicto” o “enfermo mental” hay un fracaso familiar y social, jamás se nos ocurriría privatizar su curación o declararles la guerra a nuestros seres amados.

Por Alejandro Colussi