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A 54 años del mazazo que hizo campeón mundial a Monzón

El 7 de noviembre de 1970, en Roma, el santafesino noqueó al italiano Nino Benvenuti y consiguió el cinturón de los medianos, título que ostentaría hasta agosto de 1977, cuando se retiró con 14 defensas.

-Ciao, bambino.

El saludo va acompañado de una sonrisa galante y una caricia en los glúteos. El hombre que la propina es una celebridad y es a quien todos fueron a ver a ese salón romano. El hombre que la recibe es, por esos lares, un desconocido. El gesto lo enfurece. Gira. Le clava una mirada fulminante.

-Tano hijo de puta, pasado mañana te voy a matar.

Ese «pasado mañana» fue el 7 de noviembre de 1970, del que este martes se cumplieron 53 años. El día en que Carlos Roque Monzón pulverizó a Nino Benvenuti en el Palazzo dello Sport y se convirtió en el cuarto campeón mundial en la rica historia del boxeo argentino.

Ni el militante del optimismo más ferviente podía imaginar esa tarde de la palmada en los glúteos que Monzón se despediría del pugilismo siete años después, siendo aún propietario de esa corona de los medianos por la que había viajado a la capital italiana. De hecho, poquísimos lo creían capaz de batir a Benvenuti, por más que el campeón olímpico en Roma 1960 ya estaba dando en esos días algunas señales de fragilidad y de desinterés por el boxeo.

Para Monzón, aguardar esta chance había sido como mascar un chicle Jirafa. «Me estoy cansando de esperar. Soy campeón argentino y sudamericano, me quedé sin rivales y a veces me dan ganas de tirar todo al carajo», había reconocido en abril de 1970 en una entrevista en El Gráfico.

La oportunidad le resultaba esquiva a pesar de sus méritos. Habían pasado seis años y 58 combates desde su última derrota: ante Alberto Massi, en Córdoba. En ese período, había conseguido los cinturones nacional y subcontinental de los medianos, con victorias ante Jorge Fernández y varios triunfos ante rivales extranjeros que le habían permitido escalar en el ranking mundial.

Aun así, el púgil nacido en el barrio La Flecha de San Javier y formado por Amílcar Brusa en el gimnasio del club Unión de Santa Fe (pese a que él era fanático de Colón) no conseguía granjearse el favor del exigente público del Luna Park, que no lo tenía entre sus favoritos por considerarlo un boxeador apático.

Por esos días, Benvenuti era el rey en la división de las 160 libras. Había compartido la hegemonía en el último lustro con Emile Griffith, a quien había enfrentado tres veces: le había arrebatado los cinturones de la AMB y el CMB en abril de 1967 en el Madison Square Garden, los había devuelto cinco meses después en el Shea Stadium de Queens y los había recuperado en marzo de 1968 otra vez en el Garden.

Desde entonces, había hecho tres defensas exitosas y también había coprotagonizado con su amigo Giuliano Gemma «Vivos o preferiblemente muertos», un western escrito y dirigido por Duccio Tessari en el que el púgil hacía el papel de Ted Mulligan, un bandido que aspira a cobrar una frondosa herencia junto a su hermano Monty, interpretado por Gemma.

Entre sus pasos por los sets de filmación, Benvenuti perdió dos combates en los que no expuso sus coronas. El último, en marzo de 1970 ante Tom Bethea, a quien Monzón había vencido en agosto de 1969 en el Luna Park. Ese triunfo del estadounidense había abierto la puerta para una revancha frente al campeón, esta vez por los títulos, el 23 de mayo, en Umag (Croacia).

«Bethea es duro, pero yo le gané bien. Solo me aguantó, no me puede ganar nunca. Y a ese tano lo pongo patas arriba. Vamos a ver si me aguanta. Brusa ya me dijo cómo pelea y con eso me alcanza», advirtió Monzón, que aguardaba que ese combate le abriera una puerta.

Benvenuti noqueó a Bethea en ocho asaltos. Diez días después, el 2 de junio de 1970, alrededor de las 10, un teléfono sonó en el Banco Español de Santa Fe, donde Brusa trabajaba como ordenanza.

«Pensé que se trataba del pedido de algún boxeador mío para llenar una programación. Pero del otro lado de la línea estaba Tito Lectoure con una euforia que jamás había trasuntado. Él tenía la bomba. Algo que durante más de dos años habíamos esperado con tanta ansiedad», contó meses después el entrenador en la revista Goles.

Era la confirmación de la pelea ante el italiano. Enseguida Brusa abandonó su puesto de trabajo, tomó un taxi y fue a darle la buena nueva a Monzón a su casa.

Casi de inmediato comenzó la preparación. A modo de adelanto de la bolsa que cobraría por la pelea (16.000 dólares), Lectoure le pagó a su boxeador una mensualidad de 80.000 pesos de entonces para que se dedicara exclusivamente a su acondicionamiento.

Después de su última presentación antes de la confrontación por el título (venció al dominicano Santiago Rosa el 19 de septiembre), Monzón se quedó en Buenos Aires: se alojó en el hotel Splendid Bouchard, ubicado frente al Luna Park, y se entrenó en el gimnasio del estadio.

El 24 de octubre, la expedición partió hacia Roma. A Monzón, hombre de pocas palabras, le sobraba confianza. «Nos contaron que Benvenuti es muy peligroso», le comentó el cronista de Canal 13 que lo entrevistó a pie de pista en el aeropuerto de Ezeiza, minutos antes de la partida del vuelo 140 de Aerolíneas Argentinas. «Para mí, no es peligroso. Yo soy peligroso para él, porque pego con las dos manos», le retrucó.

En la capital italiana, el hotel Sporting, ubicado en el distrito de Parioli, en la zona norte de la ciudad, albergó a la delegación que integraban, además de Monzón, Lectoure y Brusa, el preparador físico Patricio Russo y los sparrings Juan Alberto Aranda y José Menno, quien también había sido sparring de Benvenuti.

El campeón, en tanto, hizo casi toda su preparación en Trani, una ciudad portuaria ubicada sobre la costa del mar Adriático, en la región de Puglia, y recién en los días previos al duelo recorrió los 336 kilómetros que lo separaban de Roma, la ciudad en la que había combatido 31 veces y siempre había terminado con el brazo en alto. La ciudad en la que acarició los glúteos de Monzón. La ciudad que lo vio caer.

Si bien el retador era más alto, más joven y tenía ventaja en el alcance de sus brazos, nada de eso impedía que el monarca fuera claro favorito para defender con éxito su corona por quinta vez en su segundo reinado. Así lo creían los 12.000 espectadores que pagaron entre 4.000 y 40.000 liras (entre 6,5 y 65 dólares) por tener su lugar asegurado en el Palazzo dello Sport.

Sin embargo, Monzón llevaba redactado otro guión, con un final bastante menos feliz que el que Benvenuti había protagonizado en «Vivos o preferiblemente muertos». Un dominio sostenido durante 11 asaltos precedió a la definición. «En el descanso, Brusa me dijo: ‘Ese hombre está muerto, vaya y póngalo nocaut'», contó el santafesino en «Carlos Monzón, mi verdadera historia», la autobiografía que plasmó en 1976 con la asistencia del periodista Ernesto Cherquis Bialo.

¿Qué pasó en el 12° asalto? «Lo deje venir para que se confiara, hice cintura, le metí la derecha cruzada y con la izquierda lo fui llevando de un rincón a otro. Al final, lo encerré, bajé los brazos para que se animara a sacar las manos y le metí la derecha a fondo. Cuando vi que se caía, me di cuenta de que no se levantaba más», relató el protagonista.

El italiano alcanzó a recuperar la vertical, pero el árbitro alemán Rudolf Drust lo sacó de la contienda. Enseguida el cuadrilátero fue invadido. Benvenuti, todavía conmovido, debió pasar varios minutos sentado en su taburete antes de abandonar el ring. Monzón partió raudo rumbo a su camarín y de allí, sin siquiera bañarse, volvió al hotel Sporting.

«Si esa noche hubiese podido, habría asesinado a Benvenuti», reconoció el ganador. Seis meses después, volvió a enfrentarlo, esta vez en el estadio Louis II de Mónaco, y lo noqueó en tres asaltos después de derribarlo dos veces. Fue la primera de las 14 defensas exitosas que hizo antes de anunciar su retiro, en agosto de 1977. Y la última pelea profesional del italiano.

Ya retirados, los viejos rivales forjaron una sólida amistad. Incluso Benvenuti visitó a Monzón en la prisión de Junín, donde el santafesino cumplió parte de su condena por el femicidio de su pareja Alicia Muñiz.

Gentileza El Litoral