Este viernes se cumplen dos décadas de la Masacre de Coronda, tal como fue nombrado el motín ocurrido el 11 de abril de 2005 en el establecimiento penitenciario ubicado en la mencionada ciudad, a menos de 50 kilómetros de la capital provincial.
El suceso quedó grabado en la historia penitenciaria santafesina, y en la nacional, debido a su extrema violencia y a la inusual organización con la que se desarrolló, dejando como saldo catorce reclusos muertos.

La Unidad Penitenciaria N°1 de Coronda es la más grande de Santa Fe, y años anteriores ya había tenido motines de menor escala. El 11 de abril de 2005, se convirtió en escenario de una sangrienta venganza cuando un grupo de cerca de 50 internos santafesinos del Pabellón 7 tomó de rehenes a dos celadores y comenzó a pasar lista entre los presos: a quienes nombraban, los separaban y asesinaban.

En 8 minutos
Todo comenzó en horas de la tarde, cuando en una acción coordinada los reclusos del Pabellón 7 iniciaron el motín. Luego de, aparentemente, haber limado y forzado los barrotes, tomaron de rehenes a los guardiacárceles Oscar Yosviak y Eduardo Daniel Marchesín.
Con rostros cubiertos y armados con chuzas (armas blancas de fabricación casera) los amotinados avanzaron sobre el Pabellón 11, donde se alojaban principalmente personas provenientes de la ciudad de Rosario y el sur provincial.
Según los relatos de algunos testigos y la investigación judicial posterior, los agresores habían armado una lista con los apellidos de los presos a los que buscaban. Fue así como, con una macabra precisión, fueron pasando lista y seleccionando a diez reclusos del pabellón.
Los asesinaron de forma brutal, en menos de ocho minutos. A uno lo degollaron y comenzaron a patear su cabeza, como si se tratara de una pelota. Otros dos internos fueron apuñalados, encerrados en una celda y prendidos fuego junto a cuatro colchones, por lo que murieron calcinados.

Más muertes y entrega
Tras la sangrienta incursión, los amotinados se encontraron con un grupo de choque de agentes penitenciarios, a los que disuadieron porque tenían consigo a los dos celadores secuestrados. En ese momento, internos del pabellón 3 lograron salir al pasillo y se unieron al grupo, engrosando aún más la horda violenta.
Juntos, los presos atravesaron el penal hasta llegar al Pabellón 1, que también estaba ocupado por reclusos rosarinos. Allí aplicaron la misma metodología despiadada, buscaron, encontraron y asesinaron a otros cuatro presos más. La matanza fue selectiva y premeditada, dirigida específicamente contra individuos ya identificados.
Una vez consumada la barbarie, los internos amotinados exigieron la presencia de sus abogados y de cámaras de televisión antes de rendirse a las autoridades. Pasaron varias horas de tensión hasta que finalmente depusieron su actitud y se entregaron, dejando tras de sí una escena dantesca y un profundo trauma en el sistema penitenciario.

Códigos rotos
Las víctimas fatales de esta brutal masacre fueron identificadas como Diego Hernán Aguirre, Cristian Adrián Heredia, Walter Enrique Gómez, José Itatí García, Juan Manuel Ortigoza, Amelio Abel Mercado, Ramón Alberto Duarte, Sergio Damián Duarte, Sergio Pablo Frías, Carlos Ariel Barreto, Jorge Raúl Yanuzzi, Juan Díaz, Fabián Ezequiel Benítez y Ramón Andrés Valenzuela. Tenían entre 23 y 32 años.

Se barajaron varias hipótesis de cuáles habían sido los motivos que llevaron a la masacre. La más fuerte estaba ligada a problemas territoriales, entre presos santafesinos y rosarinos. Finalmente, uno de los perpetradores lo aclaró durante el juicio: los muertos habían roto los códigos de la cárcel.

“Los rosarinos se estaban portando mal en el patio de las visitas. Molestaban a la visita y nosotros tenemos un código, a la visita no se la molesta. Le afanaban cosas, por ejemplo. Así no se podía convivir y las autoridades lo sabían”, sostuvo en su momento el recluso ante el juez.
Gentileza El Litoral / fotos José Almeida