Se expresa a través de miedos exagerados, irritabilidad y cambios de conducta.
Cuáles son las causas y cuándo se utiliza la medicación.
Sofía, de 9 años, compartía la habitación con su hermano. Pero, a pesar de la compañía, se sentía sola. Se despertaba angustiada y corría a la cama de los padres. Aparentemente, sentía miedo de que algo malo sucediera. Una forma de ansiedad. El caso de esta niña no es una rareza. Forma parte de un fenómeno muy común en estos días. El siglo XXI parece ser el de la ansiedad en chicos y jóvenes.
Este trastorno se define como una preocupación excesiva por el futuro. Va de la mano de la angustia. Alrededor de uno de cada siete niños y adolescentes de entre 10 y 19 años padece trastornos mentales, siendo los más frecuentes la ansiedad, la depresión y los trastornos del comportamiento, según un informe reciente de la Organización Mundial de la Salud y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.
Pero volvamos al caso de Sofía. La licenciada en psicología Romina Giuliano subraya algunas características: “El traslado a la cama paterna llama la atención por la edad: a los nueve años los niños suelen tener cierta autonomía e independencia de los padres. Lo que hay que ver es por qué sucede. Qué genera este comportamiento”.
En terapia, apareció que la familia se había mudado a una casa de dos pisos. Y que esa mudanza había implicado también un cambio de escuela y tener que conocer gente nueva. Además, que Sofía pasaba mucho tiempo de la noche mirando TikTok.
“En los videos de redes sociales aparece de todo: desde cosas neutras hasta algún monstruo o una película fea. La mente va almacenando toda esa información y no colabora a la tranquilidad. El cerebro sigue trabajando y cree que todavía es de día. La cabeza no para”, dice Giuliano.
traves de terapia cognitiva conductual (TCC), Sofía empezó a superar el problema. Se detectó que había incorporado y hecho propios algunos miedos de su madre (a las tormentas, a la oscuridad) y se le retiró el celular por completo antes de dormir. “A veces los padres no se dan cuenta, pero transmiten sus propios miedos a los hijos”, agrega Giuliano.
La exigencia escolar
María, de 6 años, se había adaptado bien a primer grado. Y justo en marzo, también, sus padres se separaron abruptamente. La mamá quedó muy angustiada. Pasaron los meses y, a mitad de año, lo escolar se empezó a poner más exigente y el rendimiento de María bajó. Se le hacía difícil terminar de copiar las cosas del pizarrón y eso la frustraba mucho.
De a poco, la nena fue alterando algunos de sus hábitos en la casa. Ya no colgaba la mochila en el perchero al llegar de la escuela y no armaba sola la cartuchera.
Paula Preve, psicoterapeuta y coordinadora de Admisiones Infantojuveniles de la Fundación Aiglé, analiza así el caso: “Frente a una exigencia escolar que se siente muy fuerte, el chico puede sentir una ansiedad que, a la vez, le genera preocupación. Hay algo amenazante en no poder cumplir con lo que se espera. Entonces aparece un mecanismo de evitación: se tiende a evitar la situación porque no la quiere pasar mal. Algo así como: ‘No quiero que me digan otra vez que no logré hacer las cosas bien’”.
La ansiedad reconoce más de una causa. En el caso de María, se sumaba la separación de sus padres. En terapia, afloró la dificultad de copiar todo lo que la maestra ponía en el pizarrón, pero también preocupaciones relativas a su nueva situación familiar, como no poder veranear con los dos padres juntos.
Preve sostiene que a edades como la de María, “la autoestima se ve amenazada frente al grupo si uno, en este caso el docente, expone al chico y le dice: ‘Otra vez no terminaste’”. El punto, dice la terapeuta, es poder es abordar la ansiedad del niño más allá de la conducta que dispara. “No es que: ‘No quiere ir al colegio’ y entonces se está portando mal. O no quiere vestirse sola y está haciendo un capricho. Si lo miramos desde ahí, no se puede ayudar”, detalla.
La muerte, un tabú
Ezequiel, de 8 años, vivía bastante enojado. Le habían regalado un celular y cuando llegaba el momento de sacárselo, estallaba de furia. Al momento de hacer una tarea escolar, se enojaba con la mamá. La hora del baño era un problema. Mostraba mucha irritabilidad.
Todo este comportamiento, que era relativamente nuevo, coincidió con la muerte de su abuelo paterno, con quien tenía un vínculo muy cercano. De hecho, el nene empezó a manifestar que no quería cumplir años porque se iba a hacer viejo. Demasiada preocupación para un chico de apenas 8.
“A esa edad no están preparados para las pérdidas. Entonces esa situación de duelo, de crisis, puede despertar ansiedad, irritabilidad y preocupación”, explica la licenciada Giuliano. En estos casos, agrega, el trabajo del terapeuta es “identificar las cosas que hacen enojar o poner triste al niño y ayudarlo a hacer un duelo de modo satisfactorio”.
Las causas
Pero, en líneas generales ¿de dónde viene la ansiedad? Hay varios factores que contribuyen a que se dispare o se desarrolle. “Todo tiene que ver con la primera infancia, incluso desde la gestación. Todo va a depender de cómo la mamá ha transitado ese embarazo, si hay también antecedentes de alguna cuestión mental o psiquiátrica precedente. Los antecedentes son importantes porque hay un componente hereditario en cualquier trastorno mental. Pero también tiene que ver con los primeros años de vida y qué tipo de madre o padre le tocó a este niño. O dos madres o dos padres. Eso es crucial”, puntualiza Giuliano.
“Hay muchos padres que, sin querer, por ser sobreprotectores o por sus propios miedos, ansiedades o preocupaciones, le trasladan al niño que el mundo es peligroso o que alguien les va a hacer daño”, agrega.
Las terapeutas consultadas coinciden en que una de las razones del aumento de los casos de ansiedad es la tecnología. Hay mucha información que los chicos no siempre pueden procesar o situaciones que no logran resolver. Demasiado estímulo.
Por otro lado, la pandemia, aseguran, fue un antes y un después. A partir del confinamiento, hay muchos casos de chicos con cuestiones de desborde, de no aceptar el no ni el límite. Como que nada los amedrenta y nada les alcanza.
La ansiedad también se manifiesta con síntomas físicos. Algunos chicos presentan dolores de panza o sensaciones de ahogo por la frustración. Sobre todo en los más grandes aparece la agitación y la dificultad para respirar.
Preve recomienda, en estos casos, consultar al pediatra: “No sabemos si las manifestaciones tienen que ver con algo que le esté pasando en el organismo. Puede necesitar un tratamiento médico. Hay mucho de emocional, pero puede ser que se esté instalando una diabetes y no te diste cuenta”.
Agrega Giuliano: “La medicación para la ansiedad tiene que ser de muy corto plazo. No es la misma que para adultos. Y puede recetarla un neurólogo o un psiquiatra infantil”.
Por Silvina Demare / Viva de Clarin